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lunes, 28 de mayo de 2012

La gran bestia de mi interior.


Comienzo mi camino, como todas las tardes, desde el centro de Málaga en dirección a mi casa a través del Paseo Marítimo. La temperatura es suave, unos 20ºC, y el viento sopla con calma. Las risas de unos niños que van en dirección a la playa se sobreponen a la música que estoy escuchando. Beethoven acompaña bien la situación.
Llevo ya un buen rato andando, y el frío sudor que se forma en mi espalda ya se empieza a notar. El aire comienza a humedecerse y una fina capa de neblina cubre la playa.
Comienzo a oír gritos y las gentes se dirigen hacia la ciudad, huyendo de la playa. Giro mi cabeza, ya no queda nadie en el paseo marítimo, solo quedamos yo y una sobrecogedora calma que ha acallado al mismísimo Beethoven. En ese momento, y al son del Réquiem de Mozart, una enorme ola como solo en las películas son posibles se avalanza salvajemente sobre todos nosotros.
"No siento miedo, pues yo soy agua. No voy a correr, pues tú eres más rápido y fuerte. Nadie va a morir hoy aquí, pues yo te controlo."
Tras tener estos pensamientos, dejo caer mi mochila y, aunque también dejo caer mi reproductor de música, el imponente y glorioso Réquiem sigue sonando de fondo. Me acerco a la orilla y todo el agua de ésta se retira para engrandecer a la monstruosa ola. Pongo mis manos sobre la arena y un gran muro de piedra se forma a lo largo de toda la playa, frenando a la bestia.
No obstante, los ciudadanos debían tener ganas de morir, pues tras ese acontecimiento, lo único que escuché fueron reproches por haber "destrozado la preciosa playa de Málaga y convertirla en un acantilado".
Todas las caras que me decían esto eran desconocidas, y mi pensamiento fue este:
"Yo lo doy todo para que los míos no sufran. Si ustedes no hubieran hecho lo mismo es por que no son capacer de amarse más que a sí mismos. Solo los que se enfrentan a sus peligros, y no los que huyen, serán los que verdaderamente marcan la diferencia.